viernes, 9 de abril de 2021

¿Piropo o acoso callejero?

Como ya sabes que yo necesito siempre agarrarme al dato objetivo para comenzar a hablar de algo, voy a contarte de dónde proviene la palabra «piropo».
Según la RAE:
Del lat. pyrōpus 'aleación de cobre y oro de color rojo brillante', y este del gr. πυρωπός pyrōpós.
1. m. Dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer.
2. m. Variedad de granate de color rojo intenso.
(Esta definición le encantaría (nótese la ironía) a María Martín, la autora de “Ni por favor ni por favora”, que tiene una batalla personal - y política - contra la asimetría de trato de la RAE hacia los sexos).

Vale, sabemos cuál es su definición actual y cuál es su origen latino y griego. Pero, ¿cómo se convierte una piedra en un «dicho breve que bla bla bla bla»? Pues según María Soukkio, lingüista de la Universidad de Helsinki (Finlandia), que realizó una investigación denominada «El piropo. Un estudio del flirteo callejero en la lengua española» en 1998, a través de la utilización del símil del rojo de dicha piedra con las mejillas de la mujer galanteada. Quien primero hizo tal cosa fue el biólogo y escritor español Benito Arias Montano a finales del s. XVI, en una serie de versos que publicó. Se ve que esto creó escuela, y que otros chavales de la época imitaron tales versos para dedicárselos primero a sus novias, luego a mujeres que simplemente se encontraban por la calle. Más adelante, incluso Calderón y Quevedo recurrieron a tal símil, y tanto lo utilizaron los escritores, que finalmente la palabra «piropo» entró en el diccionario en 1843 con definición similar a la que conocemos hoy (lamentablemente no la he encontrado, y habría que verla, porque si la de hoy ya rezuma machismo, ni me imagino cómo sería aquella original).

El piropo fue evolucionando y cambiando con el tiempo. De los versos originales con intención de conquistar a la mujer amada, se fue acortando su longitud para hacerlos más versátiles, y han llegado a nuestros días cargados de sátira y componentes sexuales. Vamos, que cuando muchos y muchas se quejan de que «ya no se les puede decir nada a las mujeres, siempre se han dicho piropos y no ha pasado nada» no tienen en cuenta que aquellos piropos en forma de versos, que tenían más sentido en aquella época que en la presente, no son los mismos que los que se escuchan hoy, breves, ofensivos y sexualizantes.

Cuando digo que tenían más sentido en aquella época que en la presente hago referencia a que el rol de la mujer - afortunadamente y gracias al poco comprendido feminismo - ha ido cambiando. No hace tanto que a las mujeres se las educaba única y exclusivamente para buscar marido y ser madres, por lo que su principal preocupación en su juventud era resultar atractivas a la mirada de los hombres, con la esperanza de ser elegidas por alguno para cumplir con el destino que les esperaba. De modo que recibir un piropo al asistir a eventos sociales o simplemente caminando por la calle, era una oportunidad de tener pretendiente, o al menos una aprobación de un hombre que indicaba que iban por el buen camino. Me pongo en el lugar de esas mujeres y comprendo que si su función en ese momento era resultar agradable a los hombres, tal como habían sido enseñadas, un halago de uno de ellos era el mejor cumplido que podrían recibir.

Pero las mujeres de hoy en día distan mucho de aquellas. Las nuevas generaciones se rebelan contra la educación patriarcal que nos quiere guapas y calladas, y buscar un hombre ya no está entre nuestras prioridades. Somos trabajadoras, amigas, emprendedoras, hermanas, luchadoras, creadoras de nuestro propio destino, personas en definitiva, y no necesitamos la aprobación de un hombre a través de la sexualización de nuestros cuerpos en momentos en los que no estamos ni remotamente pensando en ligar.

Así que tenemos piropos que han evolucionado hasta ser poco más que babosadas cromañónicas gritos ofensivos, y un escenario social distinto en el que las mujeres no son el objetivo a conquistar, sino las iguales con las que convivir.

Una de las herramientas que podemos utilizar para averiguar si algo es machista o no, en el caso de que nos produzca dudas, es hacer una inversión de sexo. Es decir: ¿cómo nos suena imaginar a un hombre piropear a otro hombre? O, ¿nos rechina pensar en una mujer piropeando a un hombre? Yo sé que aquí muchos responderían sin miramientos lo que saben que no queremos oír, y pondrían ejemplos como que «en mayo del 98 a mí una mujer o grupo de mujeres me dijo que». Pues mira, José Luis: las mujeres no tenemos que remontarnos a un momento histórico de nuestras vidas, sino que podemos pensar en ayer o la semana pasada para traer a la mente diez casos propios o ajenos que habíamos tratado de ignorar por seguir viviendo. Nadie dice que no se den esos casos, sino que señalamos la sensación que nos produce por lo poco habitual, y el concepto que nos viene de una mujer que hace eso en comparación con el concepto que tenemos de la misma acción en un hombre.

El peor de los escenarios de un piropo que se nos viene a la cabeza es el de caminar solas por una calle poco transitada y/o a una hora tardía, y escuchar de repente palabras de intención sexual por parte de un desconocido, acompañadas de gestos obscenos, seguimiento con la mirada e incluso con el cuerpo. Por poco que dure el hecho, en esos eternos segundos una mujer tiene que valorar, primero, si considera que esa persona se va a limitar a comentar o puede que entre en acción, y en función de qué puede entrar en acción - si nos callamos o le contestamos airadamente -, para acto seguido evaluar las opciones de huída.

Ya solo por esto, los hombres de este mundo tendrían que plantearse si merece la pena abrir la boca para decir una chorrada a cambio de todo el miedo que están generando en una persona. Los hombres responsables cruzan de acera o cambian de sentido al ver a una mujer caminando sola, para no asustarla.

Pero tenemos otros escenarios menos extremos en los que no queremos un piropo PORQUE NO LO HEMOS PEDIDO. Imagínate ir caminando hacia una entrevista de trabajo, con todo el nerviosismo que eso genera, repasando mentalmente tus logros profesionales, tu currículo, los temas que quieres tratar, la información que has aprendido de la empresa y tratando de olvidar por un momento la brecha laboral. Y de repente, zas «qué rica estás, es que te cogía y te ponía mirando a Cuenca». En menos de 2 segundos has sido reducida a la sexualidad de tu cuerpo y te planteas si para los hombres hay alguna categoría más allá de mujer follable o no follable, y si eso puede interferir a la hora de buscar trabajo, dado que tienes una entrevista en 10 minutos. Y a eso súmale el enfado por la frase tan soez que te han dicho, la falta de respeto y el abuso de tu espacio, que ya te estabas esforzando en ocupar con cierta dificultad, pero que ese señor ha conquistado en 2 segundos con una sola frase.

Una pregunta que nos hacemos de manera recurrente las mujeres es qué pretenden los hombres conseguir con los «piropos» no pedidos a mujeres en la calle. ¿Buscan una relación afectiva, sexo rápido o simplemente molestarnos? Voy a dejar aquí un vídeo que muestra el acoso que sufre una mujer caminando en un día normal por una ciudad como Nueva York. Tras 10 horas de pasear por la ciudad, con un gancho con cámara oculta frente a ella, obtienen 2 minutos de vídeo en los que se observa el tipo de comentarios que ha sufrido y las reacciones a las respuestas que ella ha dado. La mayoría parecen sorprenderse de que la mujer tenga vida y contraataque.




Muchos hombres argumentan que los piropos forman parte del ritual de apareamiento y que es labor suya realizarlos o la especie se extinguiría. Este argumento se parece mucho al de «los leones comen carne en la selva» o al de «si no existiese la tauromaquia, los toros se habrían extinguido», principalmente en que ninguno de ellos tiene sentido alguno.

La ONG Plan Internacional - de apoyo al desarrollo de niñas y niños - realizó un estudio sobre el acoso callejero en España y Bélgica, del que se obtuvieron los siguientes datos: un 84% de las mujeres españolas han sufrido acoso callejero, frente al 91% de mujeres belgas. El 49% de las mujeres madrileñas están ya acostumbradas al acoso (lo que facilita que sea normalizado y se dé por inevitable, desviando a las mujeres la responsabilidad de esquivarlo). En 4 de cada 10 situaciones hay contacto físico en dicho acoso. «[…] el resto engloban miradas insistentes, silbidos, acercamientos y comentarios groseros» (https://elpais.com/planeta-futuro/2021-02-11/estamos-hartas-de-sentir-que-la-calle-no-nos-pertenece.html). Si quieres saber más, puedes visitar la página del proyecto en el que se enmarca este estudio: Safer Cities for Girls.

Quizá a estas alturas sea interesante saber que en marzo de 2020, la Ministra de Igualdad, Irene Montero, presentó el anteproyecto de la Ley de Libertad Sexual - que incluye el acoso callejero como delito - al Consejo de Ministros, que ya en febrero de este año obtuvo la aprobación del Consejo General del Poder Judicial. Aún quedan algunos pasos para ser convertida en ley, pero de llegar a serlo, el acoso sexual ocasional, producido en la calle, discoteca, trabajo, etc., será sancionado con arresto domiciliario, servicios a la comunidad y multas.

El piropo no cumple su función de halagar si la persona que lo recibe no lo desea. Así que, aunque no lo comprendan, hombres del mundo, escúchennos y respeten nuestras emociones, y reserven sus piropos para sus seres queridos, hombres y mujeres.

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